Padres desbordados… hijos recostados

Por Ángela Marulanda
14 de Junio de 2015

Son muchos los padres que se quejan porque los hijos exigen mucho, ayudan muy poco y siguen indefinidamente viviendo en su casa y demandando todo, sin aportar nada. ¿Pero cómo creen que ellos se van a ir de ese hotel de cinco estrellas en el que están a cuerpo de rey? ¿A quién se le ocurriría renunciar a tener habitación propia con baño privado desde que nacen, cama doble desde que salen de la cuna, chofer (alias mamá) a lo largo de la infancia y juventud, además de carro a su disposición en la adolescencia y uno nuevo con que los premian por graduarse del colegio?

Parece que hoy los padres resolvimos ‘becar’ indefinidamente a los hijos y responder por sus obligaciones y gastos para siempre jamás... amén. Y por eso, a pesar de que son mayores de edad, tienen barba, roncan, se devoran todo lo que hay en la refrigeradora y viajan por el mundo con la pareja de turno, siguen viviendo a costillas de sus padres. Como resultado, llegan a la mayoría de edad sin poder ser autónomos y dependiendo de que nosotros les paguemos todo y respondamos por sus deudas.

Lo curioso es que ese no fue el ejemplo que nosotros tuvimos. Nuestros padres lo que pretendían es que fuéramos obedientes y responsables y por eso fueron estrictos y exigentes. Sin embargo, hoy nos dedicamos a facilitarles tanto la vida a los hijos que lo que aprenden es a demandar todo lo que se les antoja aunque no se lo merezcan. Y por eso tienen mucho ‘amor propio’… pero muy poco para darles a los demás.

A pesar de las buenas intenciones, lo que logramos con nuestros esfuerzos por complacer a los hijos y darles lo que no se merecen no es que tengan una buena autoestima, sino una gran ‘egoestima’. Y, por eso, no aprenden a dar ni a contribuir, sino solo a demandar lo que no se han ganado. ¿Qué hacer entonces con esos hijos egoístas, recostados y desagradecidos? Se me ocurre que lo urgente es exigirles mucho y darles muy poco. Hay que enseñarles a vivir de acuerdo con sus posibilidades –no con las nuestras– ¡para que aprendan que en la vida todo hay que merecerlo! Si no les demandamos a los hijos más de lo que los complacemos, lo que con seguridad vamos a lograr es que no se comprometan ni luchen por nada y que vivan insatisfechos y desgraciados. (O)

www.angelamarulanda.com

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