Imitando a los maestros: Continuar sus enseñanzas

17 de Agosto de 2014

“Tiene la piel blanca, come solo hierbas, y duerme en un granero sobre la paja del suelo. ¿A ti te parece que tiene cara de santo, o que un día llegará a ser un verdadero maestro?”.

Repitiendo sus pasos

Un discípulo que amaba y admiraba a su maestro, decidió observarlo hasta en los más mínimos detalles, suponiendo que al repetir sus movimientos y actitudes, lograría adquirir su misma sabiduría.

El maestro solo usaba ropas blancas, y el discípulo empezó a vestirse de la misma manera.

El maestro era vegetariano, con lo que el discípulo dejó de comer todo tipo de carne, sustituyéndola en su alimentación por hierbas variadas.

El maestro era un hombre austero, por lo que el discípulo se dispuso a dormir de ahí en adelante en una cama de paja.

Después de algún tiempo, el maestro notó el cambio de comportamiento de su discípulo, y fue a ver lo que estaba ocurriendo.

–Estoy subiendo los peldaños de la iniciación –fue la respuesta–. El blanco de mi ropa muestra la simplicidad de la búsqueda, la alimentación vegetariana purifica mi cuerpo, y la falta de comodidades permite que me concentre apenas en los asuntos del espíritu.

Sonriendo, el maestro lo condujo hasta un campo en el que pastaba un caballo.

–Has estado todo este tiempo mirando solo hacia fuera, cuando eso es lo que menos importa –dijo.

–¿Estás viendo aquel animal de ahí?– continuó- Tiene la piel blanca, come solo hierbas, y duerme en un granero sobre la paja del suelo. ¿A ti te parece que tiene cara de santo, o que un día llegará a ser un verdadero maestro?

Algo falta todavía

El maestro yogui Paltrul Rinpoché oyó hablar de un ermitaño con fama de santo que vivía en la montaña. Y fue a buscarlo.

–¿De dónde viene usted? –preguntó el ermitaño.

–Vengo de la dirección que apunta mi espalda, y voy hacia donde está orientado mi rostro. Un sabio debería saber estas cosas.

–Esa es una respuesta estúpida con pretensiones filosóficas.

–Y usted, ¿a qué dedica su tiempo?

–Hace veinte años que medito sobre la perfección de la paciencia. Estoy cerca de que me consideren santo.

–La gente ya lo toma por uno. ¡Usted consiguió engañar a todo el mundo!

Furioso, el ermitaño se levantó:

–¿Cómo se atreve a perturbar a un hombre que busca la santidad? –gritó.

–Aún le falta mucho para llegar a eso. Si una pequeña broma le hace perder la paciencia que tanto persigue, ¡estos veinte años fueron una completa pérdida de tiempo!

El poder y la gloria

Había un rey en España que se sentía muy orgulloso de sus antepasados, y al que se le conocía por su crueldad con los más débiles.

Cierto día, caminaba con su comitiva por un campo de Aragón, donde años atrás había perdido a su padre en una batalla, cuando encontró a un hombre santo revolviendo una enorme pila de huesos.

–Pero, ¿qué está haciendo ahí, buen hombre? –preguntó el rey.

–Con los debidos respetos a su altísima majestad –dijo el hombre santo–. Cuando supe que el rey de España pasaría por aquí, resolví reunir los huesos de su difunto padre para entregárselos. Pero muy a mi pesar, por mucho que busco, no consigo encontrarlos: no hay manera de diferenciarlos de los huesos de los campesinos, de los pobres, de los mendigos, de los esclavos...

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