Epidemia de tristeza

25 de Marzo de 2018
Dayse Villegas

Es difícil definir la tristeza y la felicidad. Pero el ejercicio es posible y útil para descubrir que esta última puede y debe construirse.

El estudio Monitoring the Future, que empezó en 1975 y continúa hoy, ha revisado por más de cuatro décadas a estudiantes de secundaria y universitarios estadounidenses y su bienestar psicológico: autoestima, satisfacción con la vida y felicidad. Según un último reporte, este ha bajado a partir del 2012.

Los investigadores Jean Twenge, Gabrielle Martin y Keith Campbell, autores del informe, señalan a un posible culpable: el tiempo con la pantalla. “Los adolescentes que pasan más tiempo con amigos, haciendo ejercicio, participando en servicios religiosos, leyendo o haciendo deberes eran más felices. Los que pasan más tiempo en internet, en videojuegos, en las redes sociales o viendo la televisión eran menos felices”, dice Twenge, doctora en Psicología y autora del libro iGen, abreviatura para ‘nativos digitales’, los nacidos a partir de 1995. Ella se refiere a esta caída del bienestar mental como una ‘epidemia de tristeza’.

¿Es realmente una epidemia?

Para el psicólogo clínico Francisco Martínez, el uso de esa palabra ha permitido visibilizar síntomas de tristeza, trauma o estrés sostenido, ‘las epidemias subjetivas del siglo XXI’. Y sí, es necesario hablar de ellas “porque si no se trabajan estos episodios de tristeza, pueden convertirse en cuestiones más complicadas posteriormente”, afirma, recordando los atentados en escuelas y colegios estadounidenses.

La psicóloga clínica Glenda Pinto tiene otra visión. Para utilizar el término epidemia, precisa, es necesario tener estadísticas confiables que hablen de un nivel poblacional significativo de personas afectadas severamente, que las causas se hayan confirmado y se puedan atribuir a la era digital. De lo contrario, se estaría cayendo en una exageración. Y si se acepta que es una epidemia, se trata de depresión leve, y la tristeza es solo uno de los síntomas.

La tristeza es una emoción válida y útil, continúa Pinto, porque nos comunica lo que sucede en nuestro mundo emocional y físico, y no debe ser ignorada, bajo riesgo de caer en desmotivación alta y posible depresión. “Existe para hacernos reflexionar”.

Una cosa es la tristeza por duelo, por pérdida, que es temporal y permite continuar con la vida, lo cual es normal y lícito, dice Martínez, y otra es detenerse en ese estado, y entrar en un episodio depresivo, más profundo, sostenido y tóxico.

La experiencia del usuario

La autora de iGen y sus compañeros investigadores han resaltado el uso excesivo de la pantalla como una posible explicación para la infelicidad. Pinto está de acuerdo solo en parte (no es la única causa, insiste).

La psicóloga considera normal y real que la mayoría de los chicos experimenten en algún momento de sus vidas un declive de ánimo. “No es normal que sea una constante. Entonces la responsabilidad recae en los cambios socioeconómicos y culturales, que afectan los estilos de vida y las formas de relacionarse”. Pero esto no significa que la tecnología tenga la culpa. “Lo que encontramos son personas con fijaciones muy concretas a ciertos hábitos tecnológicos”, que rozan los bordes de la adicción.

Una de las paradojas de nuestra época es que creemos que las cosas nos hacen felices. Confundimos lo que necesitamos con lo que deseamos. Las necesidades se colman. Los deseos, nunca”.
Francisco Martínez

El trabajo de la felicidad

Uno de los aspectos del bienestar psicológico es el otro lado de la tan discutida tristeza, la felicidad. Un objetivo muy humano, dice Pinto, “aunque las cosas que nos pueden hacer felices están fuera de nuestro control”. Comprenderlo y aceptarlo nos permite buscar soluciones creativas y positivas. ¿Cómo puede lograrlo un joven que aún no sabe cómo poner en práctica sus capacidades?

Hay que entender lo que está pasando en la adolescencia, indica Martínez. Es una época en la que el sujeto termina de construirse. “Hay dos momentos importantes en esta construcción: la infancia y la adolescencia”. En base a lo que se logró o no de niño, se consolida el joven.

Los padres, como heraldos de identificación, proveen los límites y la regularización emocional para construir la subjetividad de los niños. Pero de lo que más carecen las familias hoy, sostiene el psicólogo, es de regularización. Con esas carencias, el niño llega a la adolescencia necesitado de referentes. Si no los encuentra en los padres, mira a sus compañeros, quienes tienen, probablemente, una historia similar. Juntos buscan salidas en los grupos, el consumo, la moda o los referentes sociales, y los toman como modelos de subjetividad.

A esto llama Martínez vías de identificación precarias. Casi todas las nominaciones y problemáticas juveniles, dice, son una respuesta a la falta de los referentes (los padres) que no están. “Y cuando quieren estar, es muy tarde”. Lo que el niño y el adolescente están buscando es sentido de pertenencia.

Ese trabajo de reconocimiento de quien uno es y cuáles son sus capacidades empieza con algo tan sencillo como los juegos de la primera infancia. En la existencia del tiempo libre, agrega Pinto, “porque así descubrimos lo que nos causa felicidad y lo que no”. Entregar ese tiempo de los niños a otra persona o a una cosa, trunca el desarrollo físico, intelectual y emocional.

Retomando a Epicuro

¿Cómo se define, finalmente, la felicidad? No hay una receta estándar, antepone Martínez, pero sí hay reflexiones en torno a ella. Tal como se la entiende en occidente, es vivir en comunidad, tener vínculos. El filósofo Epicuro disertó sobre este concepto, y planteó que había tres pilares que todo ser humano necesita para ser feliz. Se trata de tener amigos, libertad y la reflexión periódica sobre la propia vida. Generalmente, Epicuro es visto como un paladín de la búsqueda del placer. Martínez aclara que en la propuesta epicúrea, para aportar felicidad, el placer debe siempre hacer sentido.

El psicólogo piensa que esta afirmación sigue siendo válida. “Mientras el ser humano tenga lazos sociales, será feliz. Hay correlación entre tener verdaderos vínculos y sentirse bien”. Y este es otro aspecto importante. “La hipermodernidad propicia que no se generen vínculos auténticos, sino relativos. No sé lo que me hace feliz, y lo confundo con adquirir cosas”.

Cita a Abraham Maslow, psicólogo norteamericano humanista que planteó que una vez que las necesidades básicas (comer, vestirse, tener un hogar) son satisfechas, todo lo que pase de ese límite, no aporta nada. Y al experto en psicología social David Myers, quien expone, desde sus estudios sobre la felicidad, que esta no se adquiere o se acumula, sino que se construye desde lo físico (dormir bien, ejercitarse, trabajar en lo que se ama), lo espiritual (alimentar la gratitud) y lo social (administrar el tiempo, pensar en los demás, priorizar las relaciones cercanas).

La solución no es dejar de usar las tecnologías, sino usarlas con moderación y buen criterio. Y este principio es aplicable a todo gru po humano, ya se trate de niños, adolescentes, jóvenes o adultos”.
Glenda Pinto

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