El desierto más vivo

12 de Mayo de 2013
  • La imagen del astronauta es la más impactante. Se asoma en la ladera de una colina, así que puede ser vista desde tierra.
  • La ballena resulta muy difícil de observar en el sobrevuelo debido a su pequeño tamaño (como 27 metros), además porque suma otras líneas.
  • El mono.
  • La araña.
  • La lagartija (centro en la foto) y el árbol (abajo) lucen poco claros y atravesados por la carretera y huellas de vehículos.
  • El colibrí. Las figuras fueron dibujadas hace 2.000 años al remover la roca volcánica oscura, dejando expuesta la arena amarilla.
Moisés Pinchevsky

Verlas le quita el aliento a cualquiera, pero ¿cuál era su función? Teorías proponen que eran pistas de aterrizaje para extraterrestres, un calendario astronómico y un mapa de fuentes subterráneas de agua. Pero otra hipótesis asoma con mayor fuerza.

Estamos en pleno desierto peruano. Así que para nada sorprende que el sol parezca derretirnos el rostro como si fuera una barra de mantequilla dentro de un horno encendido.

Pero aquello no importa. Ninguna bofetada de fuego puede desvanecer la emoción que se siente al embarcarse en la pequeña avioneta que, desde el rústico aeropuerto de Nasca, está a punto de despegar para realizar un sobrevuelo por aquellas líneas sembradas en este territorio peruano ansiado por turistas, científicos, arqueólogos, antropólogos, académicos y curiosos del mundo.

La aeronave se levanta con una decena de pasajeros ansiosos por acercarse desde el aire a uno de los mayores misterios de Sudamérica: los antiguos geoglifos (figuras construidas con rocas en laderas de cerros o planicies) dibujados hace unos 2.000 años en las Pampas de Jumana, en el desierto entre las poblaciones de Nasca y Palpa.

Cualquiera que conozca sobre la existencia de estas líneas sin duda las ha visto clarísimas, gigantes y a todo color en revistas, periódicos, internet o en algún documental de la televisión.

Pero, ¡alerta!, desde el aire las líneas grabadas en el desierto son algo difíciles de observar, por lo que cada vez que el copiloto gritaba con entusiasmo ¡orca!, ¡mono!, ¡perro!, ¡colibrí!, ¡astronauta! y demás, señalando su ubicación al lado derecho o izquierdo de la aeronave, resultaba todo un reto asomarse por la ventanilla para detectar la presencia de esas formas sembradas en este paisaje infinito de planicies y laderas amarillentas y grises, las cuales la cultura nasca habitó entre los años 300 a.C. y 600 d.C.

La búsqueda era el desafío previo al deleite, que ahora nos permite responder a ciertas preguntas de trivia. ¿Cuáles son las figuras más elaboradas? La araña, el colibrí y el mono, cada una con unos 250 metros de largo, y quizás también las más promocionadas por la prensa. La más pequeña: me pareció la ballena, de unos 27 metros, que la volvía casi imperceptible al simular su nado entre las dunas. ¿La más impactante? Sin duda, el astronauta, de unos 35 metros de alto, que saluda desde una ladera vistiendo lo que parece un casco y botas.

¿Cómo y por qué?

Aquella figura del astronauta posiblemente fue la que más motivó al escritor suizo Erich von Daniken a incluir en su libro La respuesta de los dioses (1978) la teoría de que las pampas de Nasca solían ser un aeropuerto para naves extraterrestres, ya que tales figuras solo pueden ser contempladas abiertamente desde el cielo.

Actualmente, tal teoría ha sido rechazada por la ciencia, llegando a asomarse otras que han sido analizadas con mayor cuidado. Por ejemplo, la científica alemana Maria Reiche (1903–1998) dedicó 52 años a estudiar y proteger esos trazados en la arena, por lo que fue llamada la Dama de la Pampa.

Reiche propuso que las líneas de Nasca conforman el calendario más grande del mundo y que las figuras eran representaciones de las constelaciones en el cielo, por lo que dedicó sus esfuerzos a establecer una relación entre aquellos trazados y la posición de los astros, asumiendo que ayudaban a los antiguos pobladores a determinar cuándo empezaba cada estación, cuándo cosechar y cuándo se iniciaban las lluvias.

Tal teoría tampoco ha llegado a convencer a la comunidad científica, en la cual también se ha considerado posible que las líneas representen el mapa de ubicación de un bien extremadamente apreciado en la zona: el agua.

Los antiguos nasca residían en pleno desierto; sin embargo, eran un pueblo que vivía de la agricultura gracias a que lograron irrigar la tierra a través de canales subterráneos que aún funcionan, por lo que resulta común observar en la zona pozos excavados para extraer líquido del suelo.

Una teoría señalaba que las líneas de Nasca representaban la localización de tales canales subterráneos, llamados localmente puquios (hoy quedan unos 36), y que actualmente significan un logro de ingeniería antigua, único en Sudamérica.

Sin embargo, los canales solo coinciden ligeramente con el 30% de las líneas. ¿Y qué hay de las demás? Así que tal propuesta no ha recibido la total credibilidad científica.

Pero los expertos, al parecer, comienzan a ponerse de acuerdo. Un artículo de National Geographic, escrito por Stephen S. Hall, indica que el arqueólogo peruano Johnny Isla, del Instituto Andino de Estudios Arqueológicos y Markus Reindel, del Instituto Arqueológico Alemán, dirigen el proyecto Nasca-Palpa, el cual intenta establecer cuál era el significado de los extraños dibujos que el pueblo nasca dejó tras de sí.

Los investigadores han observado que “casi todas las figuras de animales, como la araña y el colibrí, están dibujadas de un solo trazo; una persona puede recorrerlo andando de un extremo a otro sin cruzar nunca ninguna línea, lo que sugiere que en algún momento al principio de la época nasca las líneas dejaron de ser simples imágenes para convertirse en caminos para las procesiones ceremoniales”, explica Hall en su texto, publicado en la edición de marzo del 2010.

Algunas de esas supuestas rutas ceremoniales, construidas quizás con el mismo entusiasmo con el que hoy se construye un templo, podían contemplarse desde laderas y colinas, por lo cual ahora resulta un mito la idea de que las líneas solo pueden ser observadas volando, tal como lo hacemos los turistas contemporáneos.

¡Loro!, ¡araña!, ¡espiral!, ¡árbol!, ¡manos!... continúa anunciando el copiloto de la pequeña avioneta, como si estuviéramos practicando una nueva versión de aquel recorrido ritual que envolvía a los antiguos habitantes nasca para agradecer a las deidades por las bendiciones que recibían.

Desde la avioneta ya no queda espacio para las ideas de naves extraterrestres ni de conexiones místicas con las estrellas. Tampoco para mapas de ríos subterráneos ni magia sembrada en la arena. Estamos contemplando simplemente un territorio considerado sagrado que nos invita a mirar la tierra, y sentirla, desde otra perspectiva.

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